POR EL BIEN DE MI CORAZÓN Y EL DE LOS DEMÁS
Hace tres años aun tocaba sola, con mi guitarra y mi voz. Muchos son los que me proponen volver a aquella etapa, en la que cantaba más desnuda que nunca. Pero deben entender que sólo fue eso, una bonita etapa. Tocar de esa forma me permitió recorrer muchos lugares. Me abrió las fronteras. Sólo tenía que coger mi guitarra y comprar un billete. No os voy a mentir, no echo de menos esa libertad. Lo único que echo de menos son los momentos improvisados, como éste.
Yo estaba allí, rodeada de gente conocida, desconocida y por conocer, cantando exclusivamente para ellos, para gustarles, para que volvieran, para vivir... cuando observé que, en medio de todos, sobresalía un chico, más alto que el resto, que me miraba con los ojos fijos y cantaba conmigo. Era Ale. Alejandro Rivera. Había venido desde Huelva. Para mi, ya no era sólo un cantautor. Sino un amigo. De esos amigos de verdad. De los que no ves. De los que están lejos. Amigos en los que piensas continuamente y no llamas. De los que te dan la mano sin decir nada en mitad de un tramo de turbulencias en un avión. De esos que cuando los ves, un simple abrazo te pone al día. De los que te preparan un té pakistaní y te echan el "azuquitar".
No había ninguna otra alternativa. Él debía subir conmigo a cantar. Por el bien de mi corazón y el de los demás.
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