Siempre son los inocentes
los que tienen que ser fuertes,
pegar un trago largo de injusticia
y aceptar su suerte.
Pero el hilo de sus manos
no lo mueven,
no lo cortan.
Se desvanece la esperanza
de la lanza rota.
Somos marionetas incoloras
bailando a un ritmo extraño,
recorriendo un camino largo
del que nadie conoce final.
Ya no pintamos de blanco las manos,
ya no salimos gritando
que todos somos humanos,
que la ira no puede ganar.
Que el terror es el error del mundo,
y el dolor de otros
no anestesia el tuyo,
que hay un mensaje escrito en los ojos
de los niños, y no son mudos,
que tal vez ellos corten los hilos
mañana, cuando les dejen hablar.
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